-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

jueves, 19 de junio de 2008

CÓMO ESCRIBIR UNA CARTA

“Ya sabes que cuando escribes a alguien, lo haces para él y no para ti: debes pues, tratar de decirle no tanto lo que piensas como lo que él desea oír”.
Choderlos de Laclos, Las Amistades Peligrosas; consejo de la marquesa de Merteuil a la joven e inocente Cecilia Volanges.

Para redactar una epístola se precisa primeramente un sobre que la albergue. Como noto que soy mirado con cara de honda extrañeza procuraré explicarlo: un sobre no es más que una especie de plana bolsa, confeccionada en papel de mayor o menor grosor, cuya presencia es difícil de percibir si se pone de perfil, dado lo extraplana de su condición. Mas si introdujeran la mano en tal objeto bidimensional observarían estupefactos como la contiene sin mayor dificultad, sobrando incluso espacio. Ni los físicos que han dedicado parte de su tiempo al estudio de fenómeno tan singular ni lógicamente el que esto escribe han logrado explicarlo convincentemente. Pero será mejor que la extraigan antes de que alguien pudiera fijarse en el ridículo en que están cayendo, a no ser que ya posean fama de excéntricos, en cuyo caso tal acción la acrecentará más si cabe.
Antes de que la evidente dilatación del interior obre similar efecto sobre su imaginación, haciéndoles albergar esperanzas sin claro fundamento, permítanme que, por supuesto respetuosamente, les arroje un jarro de agua fría. No les sería posible introducir en su interior una cantidad ilimitada de cuartillas, y esto por la simple razón de que el correspondiente pago a satisfacer resultaría exorbitante para su economía. Aquí surge la triste restricción que corta de cuajo las alas de nuestra imaginación, deseosa de remontarse en las alturas.
Dejadas las cosas claras resta fijar unas definiciones convencionales para emprender el estudio de tan complejo instrumento:
* la parte delantera, aquella que es completamente lisa hasta donde alcanzan nuestros dedos, y que curiosamente se opone a la parte trasera, la que por el contrario no lo es, recibe el nombre de anverso; posiblemente idea de un exigente poeta;
* en cuanto a la trasera, aquella que no es lisa y que por una de esas casualidades de la vida, tan aparentemente poco frecuentes, se opone a la delantera, y que presenta una discontinuidad en su superficie, discontinuidad recta o en ángulo obtuso según lo cerril de la modalidad, ha recibido el nombre de reverso. Se desconoce si al llegar aquí el mencionado poeta, sin duda de carácter un tanto retorcido, se quedó sin imaginación.
Naturalmente se trata de normas convencionales, basándose sobre la conformidad mutua, pero pueden existir personas disconformes. Así, y sólo por poner un ejemplo, los anglosajones denominan reverso a lo que nosotros, los que no lo somos (o incluidos los pocos no dominados por ellos), nos referimos con el nombre de anverso. A lo que designamos con tal palabra ni siquiera le han dado nombre, según parece por razones de moral pública.
En el anverso se han de consignar los datos del destinatario. Ese pobre individuo que en nuestra inmensa vanidad imaginamos desposeído de toda finalidad u ocupación en la vida, a excepción de dedicar su tiempo a leer las cuatro palabras (cuando tiene suerte, diez o doce o…, si no le acompaña) que le hemos garabateado en un papel que nos hemos dignado a enviarle. Con letra clara y amplia se harán constar nombre y apellidos, calle, número, piso y letra (si los hubiera, no es preciso inventárselos), localidad de residencia y código postal. El último elemento indicado ha de ser incluido siempre, so pena de que acabe figurando en el sobre una leyenda en la que se proclame a los cuatro vientos, acto reprobable e injusto (casi totalitario, me atrevería a decir), la personal ignorancia acerca del numerito de marras; un desconocimiento que empieza a ser muy mal visto en sociedad, no siendo pocas las brillantes carreras truncadas por la banal omisión de tales dígitos. Respecto a dónde situar lo que puede calificarse como bloque identificativo del destinatario, o B.I.D. para los amantes de las siglas, es sabido por todos (o al menos por mí, erudito de inabarcable y anchurosa cultura) que ha generado agrias discusiones entre los entendidos, algunas concluidas en cuartelillos de periferia a altas horas de la madrugada. A pesar de ello parece que se han puesto de acuerdo en una cuestión, una coincidencia metodológica más tácita que oportunamente declarada, tal es el encono existente entre las múltiples facciones rivales; concretamente en que no debe situarse en la parte superior del sobre. Imagino que no todos ustedes están preparados para digerir una indicación efectuada en un lenguaje tan técnico y elevado por lo que trataré de aclararla en la medida en que me sea posible.
Situado el sobre en posición perpendicular con referencia al suelo y mostrando su borde lateral a un hipotético observador que lo mirara de lado (hay gente para todo), siguiendo una línea imaginaria que formara un ángulo de noventa grados con la tendida por su propia mirada (es decir, el anverso hacia usted), la parte que se halla más próxima al suelo es la inferior y la más alejada verticalmente la superior; procure no darle la vuelta en el sentido de las agujas del reloj (o en el contrario, ese movimiento poseería efectos no menos nefastos) porque trastocaría por completo las zonas con la confusión subsiguiente, pudiendo conducir tal acción a muy serios errores (a no ser que el supuesto observador lateral procediera de las antípodas, en cuyo caso él quizá le podría ayudar a subsanarlo).
La norma reseñada no se basa como comúnmente sucede en el puro capricho sino que su presencia se fundamenta sobre la lógica. Si la desoyera al B.I.D. lo sepultaría un alud de entintada letra negra decorada con artísticos dibujos sin mucho sentido que reciben el nombre de matasellos (crimen que se comete a diario siendo aún el día de hoy que ningún juez ha tomado cartas en el asunto; ¡qué vergüenza!).
He hablado del asesino pero en ningún momento he hecho referencia alguna acerca de la víctima (faltando de forma flagrante y sistemática a las aceptadas reglas de la novelística policiaca). Con la palabra sello se hace referencia al trocito de papel de diverso color y factura (cuanto más bellos sean ambos mayor valor alcanzará en el llamado mercado filatélico) que sirve como pago al servicio prestado por Correos: actividad muy variada que va desde el gentil extravío de nuestra correspondencia hasta incluso lograr, hazaña digna del más grande reconocimiento (aunque nuestra proverbial incomprensión provoque que no la apreciemos en su justa medida), que una carta emplee el triple o el cuádruple de tiempo en llegar al piso de al lado que en atravesar el país (a excepción de facturas y publicidad).
También en relación a su debida localización han surgido bastantes polémicas. Sin embargo, el gobierno, previsor órgano donde los haya, zanjó el tema regulándolo mediante un Real Decreto: se situaría en el ángulo superior derecho (me niego en redondo a indicar descriptivamente donde se encuentra tal zona, mi convenio me exime de dar explicaciones tan concretas siempre que las mismas excedan de un cierto número de palabras). Lo único que puedo darles (porque quiero, magnánimo que es uno) es una regla práctica: nunca encima del bloque direccional; la razón se deriva fácilmente de la lectura machacona e intensa del presente párrafo.
Analizado el anverso se puede trasladar el objeto de estudio al reverso. Para ello mantenga flojamente suelto el sobre con una mano (no demasiado o de lo contrario se le precipitará al suelo) y seguidamente, con la mano restante (si no se le arregla pídale a alguien que lo haga por usted) imprima un ligero movimiento rotacional en torno a un imaginario eje que lo atravesaría verticalmente (al sobre, claro), desplazándose sobre un plano paralelo a la superficie de la mesa ante la que se encuentra sentado, o al suelo si se halla de pie (según el grado de comodidad por usted demandada). Una vez terminada la delicada operación descrita respire hondo y tranquilícese. Aunque le parezca encontrarse ante un territorio virgen y completamente desconocido en esencia éste no se distingue del anverso.
Al ser fundamentalmente igual a la parte analizada las descripciones que realizaré serán más breves. En él se encuadra el bloque de identificación del remitente (B.I.R.) o remite: nombre completo y dirección del mismo. La idea es que en el caso de que no se encontrara al destinatario, o en otras circunstancias similares, serviría para que la misiva fuera devuelta a quien la envió en un principio; mas la cruel realidad ha echado por tierra tal presunción: desaparecen en el limbo administrativo ante la impasibilidad de los demasiado acostumbrados ciudadanos. Únicamente añadir que en el supuesto de que se incluya debería constar en la parte superior.
Ya analizado el continente es llegado el momento de pasar al contenido: las propias cuartillas. Si sitúa ante usted el papel en un plano paralelo al suelo, llamaremos encabezamiento a la parte más perpendicularmente alejada de usted; siendo la que ocupa el extremo contrario el pie. El común mortal empezaría a escribir en el encabezamiento, siguiendo a continuación líneas imaginarias horizontales y paralelas, perpendiculares al borde más largo de la cuartilla, de izquierda a derecha, llegando de esa forma hasta el pie correspondiente; hecho esto se daría vuelta a la hoja sobre sí misma y se empezaría a escribir en el encabezamiento del reverso (no confundir éste con el del sobre, aunque la idea es la misma no coinciden asimismo los conceptos). Ciertamente podría hacerse al revés (o de cualquier otra forma, las posibilidades son infinitas), aunque tan sólo espíritus que se complazcan en la contradicción seguirán tan poco comunes formas.
Pero antes de verter todo lo deseado en el virginal papel han de cubrirse una serie de obligados requisitos:
1. En el encabezamiento, en el ángulo derecho, se hará constar el nombre del destinatario y la localidad donde reside. Su función es doble: por una parte si el receptor sufre un imprevisto ataque de amnesia durante la lectura (y es que hay gente que escribe de tal forma que a la larga acaba provocando lesiones cerebrales de cierta gravedad) podría acudir a él con la intención de cubrir la repentina laguna nacida en su mente; además serviría para activar la dormida conciencia de un hipotético lector de correspondencia ajena (por no coincidir su persona con aquella a quien se dirige).
2. Asimismo también en el encabezamiento, sólo que en el extremo contrario y una línea por debajo del nombre, se hará constar el lugar desde donde se envía y la fecha en que se efectúa dicho envío. Lo primero sirve para provocar la envidia del destinatario, en especial si uno se encuentra de vacaciones en el paraíso, y lo segundo para que éste se haga cargo del lapso temporal transcurrido. Es una forma de evitar la sorpresa de leer en la carta algo que fue publicado en el periódico con el que se ha envuelto el bocadillo.
En cuanto al contenido la libertad al respecto es total, sólo debiendo mantener la precaución de respetar la moralidad y el orden público. Añadir únicamente la conveniencia de terminar con una firma, a ser posible legible (si se trata de un anónimo es costumbre no incluirla).
Las cuartillas emborronadas se plegarán sobre sí mismas con máximo cuidado, siguiendo una línea que dividiría en dos regiones iguales el folio, línea paralela a los renglones escritos. Levantada la pestaña existente en el reverso del sobre (leer párrafos anteriores) se introducirán en el interior los folios así doblados.
Ya sólo restará humedecer la goma de la pestaña para de esa forma cerrar completamente el sobre. Ahora ante usted, entre sus trémulas manos, se encuentra la deseada carta; siempre y cuando haya seguido al pie de la letra las indicaciones reseñadas.

En un próximo artículo explicaré cómo redactar una postal.


El presente artículo fue encargado y posteriormente rechazado, sin más, por la revista Cartero y Buzón de la Dirección General de Correos.

Bosco fecit.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bosco, sigues siendo el mejor, y esta de la carta, tu mejor "reunión de palabras". Me encanta.

Jaime Bosco dijo...

Ara.

Muchísimas gracias, Ara. ¡Cuánto tiempo!

Un fortísimo abrazote.