-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

domingo, 1 de agosto de 2010

QUE ES UN SOPLO LA VIDA

A Jandro con hondo aprecio y por qué no reconocerlo aunque resulte evidente también un mucho de cariño, ché.

“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Salvador Allende, en una alocución radiofónica el 11 de septiembre de 1973, poco antes de que se consumara el golpe de estado.


No es agradable dejar el país donde uno ha nacido. Aunque si concurren ciertas circunstancias sí que pueden existir algunas compensaciones para semejante decisión. Si a alguien le gusta viajar y conocer otras culturas, al tiempo que diferentes costumbres, no deja de resultar sumamente enriquecedor. Mas en el caso de Federico Briones no se daba ninguna de ellas. Nada que de alguna forma compensara su decisión. Nada en absoluto.


Se había marchado de su Argentina querida, con la frente marchita, empujado por la Junta Militar tras su llegada al poder. “Vos pensás, y aquí sobramos la gente como vos o como yo”. Eso le participó un camarada, un buen amigo, ante unas cervezas muy frías aquella última vez en que se encontraron, sentados en un billar del barrio de Boca. A aquel camarada no tardarían en sacarle un pasaje para un Falcon oscuro, con destino a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, la primera escala antes de concluir su viaje en el fondo del mar Atlántico. Por eso Federico tomó la decisión de liarse la manta a la cabeza, un par de mudas y un traje en una raída maleta y bajo el brazo un volumen de Freud, rumbo a la tierra de los gallegos.


Los primeros tiempos en España resultaron muy duros. No sabía escribir historias, razón que explicaba que no hubiera tomado como residencia el París de Cortázar. Tampoco le apasionaba demasiado el subte, por lo que no echaba de menos la intrincada red parisina, se conformaba con la madrileña. Sí que le gustaba leer y también aprender, y sobremanera la gente. En particular lo que pensaban y más en concreto las razones de fondo que motivaban sus comportamientos. Era como, si de alguna forma, tratara de compensar su incapacidad para tejer relatos por medio del conocimiento de los que los demás le ofrecían. Sí, sin ánimo de caer en el tópico he de confesar que era psiquiatra, argentino y bonaerense. ¿Alguien da más?


Poco a poco, a costa de buenos esfuerzos, logró arrejuntar el suficiente dinero a partir de trabajitos aquí y allá para montar una consulta, la suya. Entonces se desató el boum de los chistes sobre loqueros gauchos y con él también su fortuna.


Ahora visitaba el Gino´s todas las noches, a la salida de su consulta. Allí, rodeado por los demás clientes, acodado con su vaso colmado de Cutty Sark y dos hielos, trataba de ahogar la morriña (tan gallega ella, y es que al fin y al cabo donde fueres haz lo que vieres) que le atenazaba al término de su jornada laboral. Además mantenía la ilusión de que por fin conseguiría conciliar el sueño sin que le asaltaran imágenes de apagones de luz seguidos por el chirriar de las ruedas de los Falcon. Sin demasiada suerte en sus intentos tanto en uno como en otro caso.


Como síntoma de su deformación profesional procuraba fijarse en el comportamiento de cuantos le rodeaban. Los que con el paso del tiempo se habían convertido en sus colegas. Mas de forma disimulada, casi imperceptible. Según el acuerdo firmado con Norberto nunca se le debería ocurrir la pretensión de diagnosticar a ninguno de los que tendían a pulular por el bar. Así se lo había indicado muy seriamente el dueño una noche:


- Mire, doctor, usted me cae bien, es un tipo simpático - palmadita en el hombro -, pero que ni se le pase por la cocorota la idea de psicoanalizar a uno solo de los que entren aquí mientras esté de paisano. Se toma su whisky, invita a quien quiera a una ronda o a dos, o a las que le plazca, que para eso es su plata - un guiño -; charle acerca de lo divino y lo humano o haga lo que le pete. Pero nada de tratar a nadie, no me sea boludo - una sonrisa al pronunciar aquella palabra con un acento argentino más próximo al italiano que al porteño, aunque él ni siquiera intentó corregirle. -Mire que si me los cura igual ni vuelven. Déjemelos tranquilos, ellos beben y yo les cobro. De esa forma me voy ganando unas pesetillas que buena falta me hacen. Que la vida es muy dura, no me la joda más.


Como resultado, Federico Briones, argentino y psiquiatra, nunca trataba de devolver a la cordura a ninguno de los clientes del Gino´s. Se limitaba, según el acuerdo rubricado en aquella ocasión, a trasegarse su whisky, a invitar a rondas a los colegas, a beber a la salud de la cartera de los demás cuando tocaba y si se terciaba a charlar sobre lo humano, que sobre lo divino la verdad es que mala gana la que tenía.


De esa manera una noche y otra, hasta que en una de ellas acabó por detectar en sí mismo aquellos síntomas que con pericia y paciencia procuraba erradicar en cuantos pacientes acudían a su consulta. Calmadamente respiró muy hondo, tomó un sorbo de su whisky y con un encogimiento de hombros se dejó llevar. Al fin y al cabo quién en este mundo se atreve a catalogarse como completamente cuerdo.


Por primera vez en muchas madrugadas no soñó ni con Falcons, ni con milicos, y sí con el buen consejo dictado por un viejo camarada.


Bosco fecit.

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