El impresionante pedazo de leñazo resonó a lo largo y ancho del campo de fútbol. Los algo más de treinta y tres mil hinchas que abarrotaban el estadio no pudieron menos que enmudecer a causa de la contundencia alcanzada por semejante topetazo, a tal punto se habían sentido abrumados al presenciar la patente brutalidad mostrada por el jugador contrario durante el transcurso de la agresión.
En plena área el delantero del equipo visitante, frenado sonoramente su avance de la forma descrita, yacía tendido, retorciéndose entre terribles dolores. Poco a poco los jugadores de ambos equipos le iban rodeando, cabizbajos, los miembros del combinado rival no poco avergonzados. A su vera, el agresor, ajeno por completo a cuál había sido el resultado de su entrada, tendía en cambio su mirada hacia el palco presidencial.
Aquel defensa no se forjaba muchas ilusiones acerca de cuál iba a ser la duración de su contrato, rubricado recientemente y cuya rescisión acababa de sellar sólo unos minutos antes con los tacos a modo de tampón. Desde las profundidades del sillón donde se encontraba retrepado, el presidente de su club, sin dejar mucho sitio para las dudas acerca de esa duración, la de la vida deportiva del jugador, había hecho un gesto ostensible con el dedo: una horizontal trazada muy lentamente de oreja a oreja, pasando por el cuello. A todas luces el jugador hubiera preferido firmar el acuerdo con menos efusión de tinta.
¿Y el árbitro? Pues el colegiado permanecía abstraído, limitándose a juguetear con su móvil tribanda, muy cerquita del córner. A su lado parpadeaba una valla publicitaria en la que se anunciaba una operadora telefónica. A pleno color, visible para cuantos quisieran leerlo, el reclamo rezaba a las cuatro bandas: “aguarda a que te lo cuenten”.
Al día siguiente le expulsaron del colegio de árbitros, con ostra, bola negra y deshonor. Si mal no recuerdo al poco le contrataron para una campaña de anuncios televisivos. No obstante a este respecto tampoco es que me halle demasiado seguro.
En plena área el delantero del equipo visitante, frenado sonoramente su avance de la forma descrita, yacía tendido, retorciéndose entre terribles dolores. Poco a poco los jugadores de ambos equipos le iban rodeando, cabizbajos, los miembros del combinado rival no poco avergonzados. A su vera, el agresor, ajeno por completo a cuál había sido el resultado de su entrada, tendía en cambio su mirada hacia el palco presidencial.
Aquel defensa no se forjaba muchas ilusiones acerca de cuál iba a ser la duración de su contrato, rubricado recientemente y cuya rescisión acababa de sellar sólo unos minutos antes con los tacos a modo de tampón. Desde las profundidades del sillón donde se encontraba retrepado, el presidente de su club, sin dejar mucho sitio para las dudas acerca de esa duración, la de la vida deportiva del jugador, había hecho un gesto ostensible con el dedo: una horizontal trazada muy lentamente de oreja a oreja, pasando por el cuello. A todas luces el jugador hubiera preferido firmar el acuerdo con menos efusión de tinta.
¿Y el árbitro? Pues el colegiado permanecía abstraído, limitándose a juguetear con su móvil tribanda, muy cerquita del córner. A su lado parpadeaba una valla publicitaria en la que se anunciaba una operadora telefónica. A pleno color, visible para cuantos quisieran leerlo, el reclamo rezaba a las cuatro bandas: “aguarda a que te lo cuenten”.
Al día siguiente le expulsaron del colegio de árbitros, con ostra, bola negra y deshonor. Si mal no recuerdo al poco le contrataron para una campaña de anuncios televisivos. No obstante a este respecto tampoco es que me halle demasiado seguro.
Bosco fecit. Pumarín, 18 de diciembre de 2003.
1 comentario:
Ya que es el tema del día ahí va mi contribución, subida entre el resonar de claxonazos llegados desde la calle a los sones de la maravillosa música de jazz que emana del equipo estereofónico.
Publicar un comentario