-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

sábado, 13 de noviembre de 2010

EL CANDIDATO PRESIDENCIAL






Groucho Marx
como
Rufus T. Firefly
en "Sopa de ganso" ("Duck soup", Leo McCarey, 1933)




El asesor del candidato a la presidencia entró en el despacho de su cliente mostrando un talante bienhumorado, muy diferente al que por lo habitual había venido luciendo durante las anteriores jornadas de la encarnizada precampaña. No era para menos, pues dentro de su maletín de piel, única concesión al lujo que se permitía dado su carácter austero, portaba la fórmula definitiva que auparía al postulante al cargo para el cuál se presentaba. Incluso hasta se permitió romper las reglas de la cortesía propias de su labor silbando al tiempo una cancioncilla procedente de su infancia. La ocasión lo merecía, o al menos tal era su impresión.
El feliz acontecimiento que prestaba explicación al cambio obrado en sus formas se había producido la pasada madrugada, mientras dormía. Más en concreto durante el transcurso de un sueño en el que asistía a un gran desfile que discurría por las principales calles de la capital. En uno de los vehículos descubiertos viajaba el entonces ya presidente, quien por ahora en la así llamada vida real ostentaba el título más mundano de simple candidato. Desde ambas aceras los asistentes no dejaban de vitorearle haciendo gala de un contagioso entusiasmo, arrojándole, los más atrevidos, serpentinas y nubes de confeti, los cuales caían a modo de pertinaz llovizna sobre la figura y el rostro sonriente del señor Presidente, demasiado emocionado él también como para reparar en que al ir posándose sobre su antes impoluto traje le iban confiriendo un aspecto más semejante al propio de un invitado a una gala televisiva de fin de año.
En esas el Gran Hombre, el asesor había emprendido verdaderos esfuerzos desde el mismo momento en que fue contratado para autoconvencerse a sí mismo de que debía emplear este formalismo para referirse a su cliente, se giró a su derecha, donde se encontraba él mismo, el agente a cuya intervención decisiva se debía el que Toribio Insunza (pues sí que se las traía el nombrecito) se encontrara en esa jornada subsiguiente a las elecciones generales recibiendo los vítores y aclamaciones de la enfervorizada concurrencia, cual un general romano al regreso de una campaña victoriosa en las fronteras del Imperio. Al hacerlo le dirigió algunas palabras por medio de las cuales pretendía agradecerle su arduo trabajo, el mismo que había traído consigo, como feliz consecuencia, su recién estrenada condición. Mas no sólo le participó esto sino que, adoptando una postura locuaz que hasta entonces había mantenido bien oculta bajo su rostro impenetrable, también hizo referencia con frases laudatorias al método exacto al que había recurrido su asesor. Se trataba de algo tan sumamente simple y sencillo que éste, a pesar de su probada experiencia como asesor de candidatos a todo tipo de cargos políticos, no había reparado en su existencia mientras permanecía despierto.
Ni que decir tiene que el asesor emergió del sueño de inmediato para poder tomar buena nota de la idea en el bloc que, como hombre previsor y concienzudo que era, siempre dejaba al alcance de la mano, depositado sobre su mesita de noche. Una vez anotado y aún presa de los temblores propios de quien augura un futuro inmejorable para las jornadas venideras volvió a dormirse, aunque no sin un poco de esfuerzo por su parte.
Pero retornemos a la mañana siguiente, al momento en el que penetró silbando en el despacho, haciendo gala de una sonrisa modalidad idiota, característica de un protagonista de una cancioncilla del Sabina.
Antes incluso de que el candidato tuviera siquiera tiempo para levantar la vista de los papeles, no poco sorprendido a causa de la musical irrupción de quien no dejaba de ser su asesor, éste no perdió más tiempo en arrojarle a la cara la fórmula magistral que sin que le cupiera albergar la más mínima duda traería consigo el ascenso de su cliente hasta el sitial más alto del Gobierno, la codiciada Presidencia.

-Ya lo tengo! ¡Eureka! ¡Lo tengo! Ya sé la solución.

Sin esperar la que a buen seguro sería una réplica desabrida en referencia a sus modales se lo soltó a bocajarro:

-Lo primero que usted debe hacer es pintarse un bigote con betún…


Bosco fecit.

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