-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

miércoles, 16 de julio de 2008

IN VINO VERITAS

“In vino veritas” (en el vino la verdad) solía repetir don Servando Garcés, dipsómano de la peor especie (léase de los sinceros) y nocturno con alevosía, psiquiatra de diván y película de Woody Allen en la fase diurna. Aunque lamentablemente, y dadas sus líquidas costumbres, extendía el concepto de noche a todo aquel lapso temporal durante el que le restaran ganas por trasegar bebidas de variado octanaje. Lo del grado alcohólico se le había quedado estrecho mucho antes de que el “delirium tremens” se ocupara de amenizarle las francachelas. De esa manera y dado que sus tarifas profesionales por hora no eran muy elevadas sacaba lo justo para vivir holgadamente, algo que tampoco era muy difícil pues precavidamente se había tomado la molestia de acostumbrar a su hígado hipertrofiado a procesar los licores más infectos.

Dos cosas acerca de él me vienen a la cabeza. La primera no es otra que su probado sentido del humor. A un amigo, “grand chef” en un restaurante matritense, le había legado en un espurio testamento el consistente resultado de sus nocturnas incursiones, su hígado, alegando que de tan desarrollado como se encontraba a buen seguro que obtendría un “foie gras” de la mejor calidad, por cierto ya embebido en licor (nunca mejor empleada la metáfora de la esponja para un bebedor), ahorrándose con ello parte del proceso culinario de preparación. Naturalmente el asombrado notario se negó en redondo a prestar algún caso a aquel “apestoso” cliente, más bien vahoso, dadas las connotaciones antropofágicas de su pretensión, cuando no incluso necrófagas. Aunque ciertamente que en su fuero interno pensaba en los caracoles y en la ensalada aliñada con vinagre de Módena que se había zampado durante el almuerzo (siempre existen prejuicios irrebatibles).

Hablaba de dos cosas. La otra consistía en su gran presencia de ánimo. Cuando cualquiera sucumbiría ante las reptantes alucinaciones del delirio alcohólico (para el lector no aficionado a las mismas basta con aconsejarle que relea el capítulo correspondiente de “Bajo el Volcán” de Malcolm Lowry) a él no le afectaban lo más mínimo. Así, los que le contemplaban sudoroso, temblón y con mirada alucinada, pronunciando extrañas palabras en idiomas arcaicos y manteniendo animadísimas conversaciones con términos más ininteligibles, no daban crédito a sus oídos. Y es que, de repente, sin causa aparente, se arrancaba con lúcida y bien modulada voz a describir, cual si se tratara de un Linneo o un Couvier, las características morfológicas de ciertos peculiares arácnidos dotados de la condición de poseer ocho pares de patas, hecho insólito donde los haya como cualquier entomólogo bien corroborará. Se diría que incluso disfrutaba como si por azares del espacio-tiempo hubiera sido transportado hasta el Beagle en compañía del joven Darwin.

En ocasiones llevaba su obsesión hasta el punto de tratar de mostrar a la concurrencia sus hallazgos, a los cuales, con celo científico nada reprobable, les otorgaba nombres sesudos en un latín esperpéntico cuando no macarrónico. Mas por mucho que cuantos le rodeaban trataran de aguzar su vista se mostraban incapaces para distinguir otra cosa que el invisible aire rodeando los dedos cerrados en forma de pinza, al parecer asiendo con suma delicadeza no exenta de cierta fuerza alguno de aquellos especímenes.

En su personal bestiario destacaban el “Vodkus Monumentalis Farris” (que a pesar de lo que su nombre daba a entender también surgía cuando el líquido ingerido se “parecía” lejanamente al nombre impreso en la borrosa etiqueta, aunque en tales casos su caparazón [sic] adoptaba una tonalidad verdosa azulada, a decir del experto); el “Horribilis Res Pachus” (una mezcla digna de Juan Perucho: mitad elefante, mitad hormiga alada, que solía retozar cómodamente entre las botellas de los chupitos de pacharán), y otras no menos horribles, a las que había acabado por coger cariño.

Líneas atrás mencionaba su condición de psiquiatra mas dadas sus costumbres, poco licenciosas a decir verdad, no ejercía con mucha frecuencia. Por otro lado sus opiniones, sostenidas con verdadera terquedad contra el sentir común de sus colegas, no le granjeaban muchas simpatías. Y sin simpatías sólo podría contentarse con los “pacientes de oficio”, incapaz de lograr que por su consulta pasaran clientes de postín. Justo aquellos que gozaban contando la desesperación nacida a causa de la grosera acumulación de la cantidad tan asquerosamente grande de dinero que ganaban. Desazón a la que otros colegas se aplicaban en cuerpo y alma, aplicando como parte del tratamiento la práctica de cobrar desorbitadas minutas por cada hora de tratamiento, mas siempre con fines estrictamente terapéuticos.

Sin embargo a él sólo acudían los que se automedicaban siguiendo los consejos publicados en los consultorios de las revistas sensacionalistas. Es decir, aquellos pacientes a los que difícilmente les afectarían aún más sus novedosas prácticas. Y es que lo de invitarles a una copa y presentarles a sus “amigos” de dieciséis patas no dejaba de resultar revolucionario. Claramente los demás miembros de la profesión, sesudos profesionales, desconocían a los clásicos, cinematográficos se entiende. Si no cómo podrían pasar por alto al conejo rosa de dos metros que respondiendo al nombre de Harvey se paseaba invisible acompañando a James Stewart a lo largo de la deliciosa película de primeros de los cincuenta “El invisible Harvey”.

Eso es lo que recuerdo de él pues ya hace tiempo que no llegan a mí noticias suyas. Lo cual, y dado su hasta todo punto excéntrico modo de vida no deja de ser de lo más extraño. Mas creo que don Servando hace ya tiempo que disfruta de la falta de atención de todo el mundo, encerrado en su personal mundo, en algún mugriento apartamento del extrarradio de cualquier gran ciudad devorado por el “clic”, esperando quizás que alguien logre rescatarle de su personal cava.
Bosco fecit.

2 comentarios:

El Holandés Herrante dijo...

Supe tener un amigo que escabiaba así. Todo el día medio curda medio dormido. Buen post.
Saudos Herrantes...

Jaime Bosco dijo...

Bienvenido una vez más, Holandés. Viniendo de usted el halago es doblemente bien recibido.

Un saludo, nos vemos por los confines del océano.