-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

martes, 30 de septiembre de 2008

NUNCA MÁIS

Como cualquier otro relato el presente no se diferencia en mucho de cualesquiera de los de su especie. Al igual que los demás cuenta también con un principio; en su caso éste da inicio durante las últimas horas de una madrugada, esas horas previas al amanecer, propias de las típicas mañanas de otoño, ya bien entrada la estación.
Por supuesto hace frío, mucho frío.


Las seis treinta horas. Un día laborable, a mitad de semana. Interior. Una urbanización de lujo en Madrid.Suena un despertador que despedaza los sueños de un durmiente acostado en la cama. Bostezante una mano se estira para acallar al aparato el cual parece dispuesto a suicidarse descolgándose entre grandes temblores por el borde de la mesita.
Don Luis Encinas, vicepresidente de la mastodóntica corporación bancaria nacida tras la fusión de las dos más grandes entidades del país, sale del lecho con lentitud, con toda parsimonia, nobleza obliga, cuidando de sólo encender la luz de una lamparilla, la situada de su lado. No es cosa de despertar a su esposa quien parapetada tras un antifaz hunde el colchón hacia su sima.
Aún medio dormido se encamina hacia el baño anexo. Tras él deja un lecho tibio, en él a una mujer que murmura algo sin importancia antes de darse la vuelta, tras lo cual retoma su recital de ronquidos. Ella sí que puede seguir durmiendo. “El descanso del guerrero, ¡ja!”, murmura para sí, arrastrando las zapatillas.
Con la práctica que proporciona la acción diaria se pone delante del lavabo. Abre el grifo del agua caliente, espera un rato a que se entibie un tanto, una vez que la juzga lo suficiente caliente sumerge las manos en el líquido y se remoja la cara. Antes de proceder a secarse se yergue para contemplarla, húmeda y por supuesto más despejada, como todas las mañanas. El cristal le devuelve el reflejo de su rostro, mirándole directamente a los ojos, negro, impregnado todo él con una sustancia grasienta, algo que repta por él conformando unos grandes chorretones oscuros que se acaban escurriendo hasta el desagüe del lavabo. Se asemejan a una sustancia oleaginosa, venida sabe Dios de dónde.
-Pero, ¡qué demonios es todo ésto?
Mientras a duras penas trata nerviosamente de quitarse del rostro aquel engrudo con la toalla da comienzo el concierto telefónico: los dos al unísono, fijo y móvil. El tintineo del primero presta a la composición su toque de bajo continuo y el tema lo proporciona la melodía polifónica que le ha bajado su asistente personal: aquel pelota haría cualquier cosa por asegurarse el puesto al que ha sido ascendido a resultas de la fusión. Como consecuencia don Luis no acierta muy bien a encontrar el cómo deshacerse de aquella pegajosa canción perpetrada por un tal David Civera. No es cosa de mostrarse ante un subordinado como un ignorante en el mundo de las nuevas tecnologías, y más en concreto en el de la telefonía móvil.
Pero en ese momento, llamémoslo egoísta, no se siente con ánimos para despreciar ni la combinación musical ni los infructuosos desvelos de su empleado. Por si fuera poco a la cacofonía se suma su mujer, profiriendo improperios que llegan alto y claro desde el dormitorio contiguo. Ahora ella también se encuentra despierta, y por si quizás aún no es consciente de tal extremo se ha propuesto anunciárselo por medio de sus chillidos. Un gesto que hace extensible no tan sólo a su persona sino que a modo de muestra de un talante generoso cuya existencia él desconocía, y dado su volumen, también hace partícipes de sus quejas al resto del vecindario.
Con algunas manchas sobre sus mejillas se aproxima al teléfono que descansa sobre la mesilla, lanzando al tiempo un ligero vistazo sobre la pantalla del móvil. ¿Londres? ¿Qué coño querría Phil a semejantes horas? Literalmente rodeado por los gritos de su mujer en demanda de una explicación para aquel recital imprevisto, él más deseoso aún de desentrañar el motivo, opta por acallar primero al teléfono fijo (lo de la almohada sobre la cara de su mujer puede esperar). El tintineo de éste le resulta si cabe más insoportable que la melodía de Civera.
-¿Si?, Luis Encinas al aparato.
Lo que le entra por el oído sólo cabría definirlo como un auténtico cúmulo de gritos, a modo de eco de los de su mujer, entremezclados a su vez con un chorro de palabras tal que para imaginárselo basta con que sepan que las de pocas sílabas, muy coloristas ellas, componen la mayor parte del discurso. Mientras separa ligeramente el auricular de su oreja, ya enrojecida por los embates de la tempestad verbal, aferra el móvil con la izquierda para contestar:
-Dime, Phil. Por cierto, ¿tienes una media idea acerca de la hora que es? ¿Es que en la City habéis olvidado los modales? Te he dicho mil veces que aguardes a que haya llegado al despacho.Emplea el español porque sabe que su interlocutor lo domina a la perfección, no en vano ha participado incluso en varios cursos de espíritu latino allá en su ciudad. Asimismo es demasiado temprano como para que encima Phil le exija la habilidad precisa para destrozar con efectividad otro idioma.
Otra algarabía, no más pequeña que la que brota del primer teléfono, rodea a las palabras casi ininteligibles que arriban de Inglaterra. Si don Luis poseyera un poquito de sentido del humor se reiría ante la estampa que está componiendo de forma completamente involuntaria. Un teléfono en cada oreja, la cara aún embadurnada a medio limpiar, los ojos muy abiertos y la boca con unos labios que se separan más y más. Pero no suele disponer de una gran provisión de este activo, y menos cuando se trata de recibir determinadas noticias.
Problema. Terrible. Generalizado. Televisión. Catástrofe. Tales son los términos que irrumpen en sus dos oídos de forma casi simultánea, dada la distinta proximidad de cada uno. Y las voces de fondo, por supuesto. Entonces, su mujer, ya totalmente despierta, se solivia y tiene la idea de unirse al coro general, dispuesta para ello a ofrecer toda la fuerza reunida en sus pulmones desvelados.
- ¡¡Basta ya!! ¡¡¡Silencio!!!En Londres se apaga la voz. En el teléfono fijo se extingue todo comentario. En cuanto a su mujer, sorprendida, adquiere un estado de mutismo completo, nada habitual. Cada cosa a su tiempo. Respira hondo, suelta la tensión que palpita en sus sienes, los primeros indicios de un fortísimo dolor de cabeza, posa momentáneamente el auricular del teléfono fijo junto a su base, aferra el móvil con suavidad y continúa limpiándose la cara con una falsa tranquilidad mientras trata de recordar en qué cajón ha guardado las aspirinas.
-Y ahora, Phil, despacio, dime lo que quieres contarme, con mucha calma, por favor.
-¿Es que no has notado nada raro? ¿En qué mundo vives? Con sólo encender la televisión puedes verlo en cualquier cadena, en la que escojas.
-¿Televisión? ¿A qué te refieres exactamente?
Silencio al otro lado.
-¿De qué estás hablándome? -vuelve a preguntar.
-¿Acabas de levantarte, quizás?
-Pues sí, tanto yo como mi mujer
-una mirada a la estampa de su cónyuge, sentada sin abrir la boca, sorprendida por su anterior exabrupto-. Gracias a los avances tecnológicos he contratado sin siquiera darme cuenta un servicio automático para que me despierten desde las Islas, no te jode.
-En tal caso, ¿qué te ha parecido tu nueva loción de afeitado? ¿Es de tu gusto?
En ese momento don Luis Encinas detiene el movimiento espiral de la toalla por su cara. Justo antes de sentarse en el borde de la cama, lentamente, pero que muy lentamente. Continúa aumentando el palpitar en las sienes, la cefalalgia resultante va a ser de órdago.
-Por tu silencio deduzco que no es precisamente la marca que acostumbras a comprar.
-¿Sabes algo de todo esto? ¿Qué demonios está pasando?
-Pues al parecer no mucho más que tú. Sólo que a mí tampoco me gusta demasiado el nuevo motivo decorativo de las paredes de mi cuarto de baño. Por cierto, a mi esposa tampoco le hace maldita la gracia.
-Bien, cuelga. Ya te llamo en unos cinco minutos.
Se hubiera quedado sentado allí, con su mujer tendida en la cama, aún silenciosa, si no le hubiera sacado de su estado el murmullo propio del mar embravecido chocando con las rocas de la playa que procedía de la mesita. Entonces se acuerda de la llamada del teléfono fijo. Aunque esta vez sí cree saber cuáles van a ser las frases que no quiere oír de ninguna de las maneras.
-Mi casa está anegada, hecha un Cristo. A la asistenta, a la pobre Paquita, se la acaba de llevar una ambulancia al hospital, macho, más negra que Kluivert. Con un ataque de nervios de no te menees. ¡Y la tengo sin asegurar, coullons! ¡Me van a meter un puro que me voy a cagar por la pata´bajo! Menudo papelón ante la comunidat de vecinos. Si hasta se ha presentado en mi casa el president para recriminarme por el escándalo. Encima no he podido darle ni una puñetera explicación.
-Bueno, tú siempre me has comentado que no te acababa de gustar ese piso, con sus columnitas orgánicas hasta en medio del cuarto de baño, que querías mudarte a un nuevo barrio. Además en Barcelona nunca habéis tenido muchos problemas para encontrar servicio, no es como aquí en la capital.
Hasta él mismo se sorprende ante aquella humorada que, tarde se da cuenta, no viene a cuento para nada. Sin duda él sí que se encuentra al borde de un ataque de nervios.
-¡Y una mierda de caballo! -la respuesta no se ha dejado esperar-. ¡Me cago en tot! ¡Qué no voy a tener problemas para encontrar a alguien, me dice! ¡Si crees que esto tiene algo de jodida gracia te recordaré que no soy de los que aprecian viajar solos! ¡Me la suda tu posición, me la trae floja vamos! ¡Coño, tú ya me entiendes!
Sin duda alguna Françesc nunca se ha caracterizado por su ironía. Entre los del gremio corre un comentario a modo de chiste. Se rumorea que cualquier día los de Greenpeace se acabarán encadenando a su boca como acción de protesta por los vertidos que de continuo expulsa por ella. Sea lo que sea lo que está ocurriendo, echa una ojeada a la inservible toalla, lo primordial es tranquilizarle.
-Vale, déjame una hora para informarme. Sólo una hora, ¿de acuerdo?
Con un bufido a modo de contestación al otro lado de la línea Françesc ahorca más que cuelga el auricular. Mientras por su parte él hace otro tanto echa una mirada al reloj: las siete menos diez. Dejará la llamada a Phil para más tarde. Antes necesita enterarse de qué en concreto le ha estropeado su toalla preferida.


Las siete horas. Interior. El escenario, el lujoso despacho de la presidencia.El personaje, el señor presidente, don Ildefonso Insunza, un hombre llegado al poder ante la sorpresa general, tanto la de sus correligionarios como la de su amantísima cónyuge. Ni sus propios asesores de imagen daban dos céntimos de euro por aquel individuo, prestándole sólo la atención que se concede a quien rellena el talonario de cheques. El día de la votación había entrado en la sala de guerra preparada por el partido cara a las elecciones como un candidato sin carisma, con pocas oportunidades o más bien ninguna. A las tres horas escasas de cerrar los colegios electorales había salido de allí a hombros, no como en un primer momento auguraba con destino a la puerta principal, y más en concreto hacia la acera, sino a unos metros por encima de ella, hasta la balconada de la sede, a cuyo pie aguardaba un enfervorizado grupo de simpatizantes.
Tras los tres meses de educada espera había capeado con gran estilo durante la legislatura varios temporales políticos, no tanto gracias a su destreza personal, de la que él carecía, hecho éste que todos reconocían en “petit comité” y que hasta él asumía cuando se quedaba solo consigo mismo, sino más bien merced a la providencial incompetencia mostrada por la oposición durante su transcurso.
Ahora mismo podemos ver cómo se desayuna un pan con tomate en una compañía muy reducida, un círculo limitado a su persona. Esto ha sido ideado por el departamento de imagen. La intención última es la de tratar de congraciarse de alguna manera con los catalanes, con vistas a obtener sus preciados apoyos en las próximas elecciones que se auguran nada felices; todo sea por no apearse del sillón.
Lo peor de todo es que detesta el tomate. Aunque lo que en las profundidades de su ser más detesta es recibir informes como los que ahora mismo reposan sobre su mesa, cubiertos con franjas fluorescentes de varios colores. Normalmente la mantiene ordenada, a ser posible vacía, pero en ese momento su superficie la ocupa por entero un revoltijo de emilios impresos, documentación diversa y comunicaciones procedentes de varios ministerios.
Se frota la cara todavía sin afeitar y como buenamente puede se limpia una pequeña manchita negra que se ha adherido a su mano con ese gesto. Al parecer amparándose en la madrugada alguien ha saboteado el Canal de Isabel II. Huele de lejos a acto terrorista, sin duda islámico. Eso es lo que ha pensado en un primer momento, pero ante él, emergiendo de todo aquel batiburrillo oficial, se le ha manifestado la prueba palpable de que el sabotaje posee un alcance mucho mayor de lo que en un primer momento se imaginaba. “Pues sí que se encuentran organizadas estas células”, medita. Y pensar que ya su ilustre antepasado, el bueno del general Silvestre, se las tuvo que ver con aquellos tipos; y bien crudo que se le pusieron las cosas al pobre.
Ni siquiera se atreve a encender la gran televisión que preside la pared del fondo, regalo de un dirigente extranjero venido a menos. Por momentos da la impresión de que la totalidad del mundo se haya vuelto completamente loco.
Golpean en la puerta. La cabeza que asoma ante el silencio subsiguiente es la de su fiel mano derecha. Gumersindo Armada, vicepresidente primero, ha escalado todos los puestos posibles, siempre a su rebufo. Ya en sus tiempos de bachiller ocupó una posición en la sombra, como elaborador de cuantas “chuletas” fueron precisas para que él lograra sortear los peligros de las declinaciones latinas, las cuales se le habían atravesado sin remedio. En fin, la única persona, incluida su esposa, en la que deposita la mayor confianza.
-¿Qué carajo pasa, Gúmer? ¿Quieres explicármelo?
No he aclarado que también es el único ante el que se permite el lujo de emplear un lenguaje cuartelero digno de un cabo chusquero y gaseado. Verdaderamente, como él, también Gumersindo ha llegado a lo más alto.
-Alea jacta est, mi presidente.
-Déjate de latines, cojones, y ve al grano por una vez en tu vida. Cuando te pones así me recuerdas al padre Amaro.

Ante la simple mención del profesor el interpelado adopta una posición humilde. Aunque el buen padre hace unos años que ha pasado a engrosar las filas de los sirvientes directos de Dios en la comunión de los santos, consista eso exactamente en lo que sea, su recuerdo aún permanece indeleble en las mentes de sus dos discípulos.
-Pues que tenemos entre manos un “marrón” de competición. Mi teléfono no ha dejado de sonar desde primeras horas de la madrugada. Puede decirse que una vez más estamos todos pringados.
Se ha pronunciado la palabra prohibida. Cual si un judío ortodoxo hubiera mencionado el nombre oculto de Dios los dos amigos se quedan rígidos. Durante un minuto sólo se oyen en el despacho los cantos de los pájaros en el exterior y los gritos de la primera señora dando las oportunas órdenes al servicio en general, y a su doncella en particular. Al final, Gúmer, con la confianza proporcionada por el mucho latín estudiado en sus tiempos de bachiller, se atreve a romperlo:
-Ha embarrancado un barco en la costa gallega. La buena noticia es que por un milagro no ha llegado ni una sola gota de fuel a la costa. La mala...
No termina la frase, le basta con arquear las cejas mientras desliza los ojos por el montón de memoranda. De nuevo el silencio, sólo roto por la diatriba matinal de la señora Insunza. Según parece le han vuelto a servir frío el café. Sobre sus recriminaciones vuelve a imponerse la cercanía de la voz del señor presidente, una vez ordenadas las ideas en su cabeza:
-¿Y la oposición? ¿Qué dice al respecto el Gutiérrez?
-Pues por una vez no ha dicho ni pío. Se ve que están tan escamados tras las pasadas confrontaciones que se huelen que sea sólo un mecanismo para desacreditarlos una vez más. Al parecer se encuentran a la espera de que concretemos cuál va a ser nuestro primer movimiento.
-Comprendo.
El presidente desvía la mirada hacia la gran fotografía en la que se le ve besando la mano al Sumo Pontífice. Ha sido tan sólo hace unos meses, durante la ceremonia de canonización del autor de “El itinerario: guía ilustrada a lo más alto”. Su traje gris de Saville Row refulge en contraste con los albos hábitos del sucesor de San Pedro. En su fuero interno sabe que la primera parte de la incidencia descrita por su segundo (primera regla: no existen problemas, sólo incidencias), junto con el milagroso resultado del proceso electoral, hay que agradecérselo a la intercesión de aquel buen hombre ante el Sumo Hacedor. Lo que ya no quiere oír es la segunda parte. Ya se la conoce perfectamente. Sólo resta lo acostumbrado, echar la culpa a Sergio Gutiérrez. Le parece recordar que acostumbra a veranear por aquellos pagos (segunda regla: ante la duda pasa el marrón a la oposición).
Mientras comienza a dar forma mentalmente a los términos de su comparecencia vuelve a pasarse la mano por el carrillo sin afeitar, y de nuevo se limpia otra molesta manchita de su cada vez más sudada mano.


Las ocho y cuarto horas. Interior. No muy lejos del anterior escenario. Estudios centrales de Televisión Española.
El locutor se arregla cuidadosamente la corbata mientras desliza con disimulo la mirada por las piernas de su compañera de mesa, de abajo a arriba. Lo de presentar el primer telediario de la mañana siempre cuenta con sus alicientes, que acaban por compensar el madrugón.
A la orden del regidor estira su operada barbilla y desenfunda su perlada sonrisa obra de Corporación Dermoestética, combinación que le ha aupado en la lista de los hombres más atractivos del país, y que de paso le ha convertido en el yerno preferido de las madres que componen la horquilla situada entre los cincuenta y los setenta y cinco años, según estudios de Demoscopia. Se ajusta las gafas de montura dorada y comienza a desgranar el texto proyectado en el monitor.
-Buenos días. A primeras horas de esta mañana se ha producido un asombroso suceso en aguas del litoral gallego. Un gigantesco petrolero, portando en sus tanques medio millón de toneladas de fuel, embarrancaba en aguas de la Costa de la Muerte. Como consecuencia se ha originado una gran grieta en el casco de la embarcación. Por un extraño fenómeno que nadie se acaba de explicar ni una sola gota ha brotado por ella. Los expertos consultados no se atreven a lanzar ningún tipo de hipótesis. El suceso es tanto más misterioso por cuanto el buque forma parte de los denominados monocascos, unos buques tristemente conocidos en todo el mundo por los catastróficos efectos que han provocado en otros accidentes de esta índole. A esta circunstancia la ha acompañado, sumiendo a todos aún más en la perplejidad, el hecho de que se han detectado varias mareas negras en los despachos de los principales dirigentes bancarios, así como en ministerios, presidencia, grandes bufetes de abogados internacionales y residencias de inversores varios, tanto aquí en nuestro país como en otros de nuestro entorno. Les proporcionaremos más noticias a medida que nos vayan llegando.
“En otro orden de cosas el Ministerio de Economía ha desvelado que la naranja puede considerarse sin que quepa lugar para las dudas como la principal causante de la subida de la inflación interanual, muy por encima de las estimaciones elaboradas por el equipo de gobierno. Sergio Gutiérrez, líder de la oposición, quien cuenta con familia en la Comunidad Valenciana, ha declarado al respecto que...”


Las nueve horas. Interior. Un poco más lejos esta vez. Iglesia de Muxía.
El párroco, don Anselmo Fariñas, empuja sus hábitos negros por la desangelada nave principal. Habitualmente hace lo mismo con sus feligreses, a decir verdad un tanto reacios a la hora de acudir al culto del domingo.
A paso rápido se acerca al altar, genuflexión, rápido presignarse y tras erguirse de nuevo con gesto devoto encamínase hacia la sacristía. Con temblorosa mano abre un pequeño armario y, tembloroso, extrae de él una bella representación gótica de una Virgen. En la faz tallada de la imagen destaca su sonrisa y la mirada arrobada dirigida no tanto al niño que porta en brazos como al buen sacerdote.
Con la figura en sus manos, a duras penas debido a la emoción, sólo una palabra, coreada a buen seguro de forma silenciosa por la totalidad de la feligresía, cae de su boca:
Graciñas!


Bosco fecit.

Este relato fue comenzado el nueve de noviembre del año 2002, a la espera del momento propicio para darle justo final, momento que tuvo lugar un 20 de marzo del año siguiente.


NOTA ACLARATORIA: la presente no es más que una historia de ficción, cualquier parecido que puedan encontrar durante el transcurso de su lectura con la realidad que nos rodea no es más que un una pura coincidencia. Para nuestra desgracia la así llamada realidad, como todo el mundo ya sabe desde antiguo, es mucho mejor fabuladora que un humilde servidor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bárbaro! Tantas palabras juntas puestas tan prolijas! Con esto que leí tengo para un mes.
Es raro encontrar tantas palabras bien dispuestas sin que sea una carta del banco donde se nos comunica que nos han embargado el sueldo por no pagar la tarjeta Visa.
Vi que usted, como la señorita Marichu, puso mi blog aca en su blog, así que le digo que cuando Pablo me enseñe como poner otros blog en el mío, voy a poner el suyo.
Un placer bastante largo leerlo.
Pero me gustó.
Chau.

Jaime Bosco dijo...

Agradezco sus consideraciones, en toda su extensión. No por nada últimamente, y en aras del ahorro de costes, me he visto empujado a acudir al empleo de las servilletas de los bares para redactar los borradores.

Un saludo literario-internauta.