-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

martes, 30 de diciembre de 2008

PERSONALIDAD


Recientemente ha saltado a las páginas de los periódicos la noticia del fallecimiento de Giorgio Gambini–Scocci a la avanzada edad de noventa y siete años. El prestigioso director de orquesta nacido en Nápoles será recordado por un temperamento indómito donde los haya, rasgo que le asemejaba a maestros de no menor fuste como Von Karajan o Toscanini.

Otra similitud es el hecho de que sus primeros triunfos en la dirección orquestal los cosechó durante la vigencia del fascismo. No se precisará recordar a los aficionados en general y mucho menos a los melómanos en particular, por ser algo por ambos conocido, que se trataba de uno de los que gozaban de preferencia especial por parte de Il Duce, Benito Mussolini, a quien debe mencionarse que le unía la común afición hacia la que pasaba por ser su segunda gran pasión: el arte de la esgrima.

Trabajador incansable donde los haya compartía su afán por la laboriosidad con otra de sus grandes amistades durante aquellos años, un violinista talentoso a la par que brillante tirador tanto a sable como a espada, Reinhard Heydrich. El mismo que desde el año 1941 y sólo por la súbita irrupción en su vida de la muerte, hecho acaecido a manos de patriotas checos tan sólo un año después, rigió con puño de hierro como Reichsprotektor, desde el sillón ocupado en su despacho del castillo de Hradcany, los destinos del Protectorado de Bohemia y Moravia, cargo que aún le dejaba tiempo libre para compaginar esta labor con la jefatura del S.D. (Sicherheitsdienst), el servicio de seguridad de las S.S.
Tras el fusilamiento de Mussolini y de su amante Claretta Petacci a manos de los partisanos, y a la vista subsiguiente de sus cadáveres pendiendo boca abajo, escoltados por los de otros cinco jerarcas fascistas, en una gasolinera de Milán, donde fueron escarnecidos por la multitud a base de formas variopintas que comprendieron el tiroteo, el rociado con orines y escupitajos y lo más prosaico, el golpeteo furibundo, procuró mejorar sus hasta el momento inexistentes relaciones con las fuerzas aliadas, en aras de garantizar su futuro profesional.

Caída la República Social de Saló, así ultimado en plena huida hacia la frontera suiza su pretérito amigo y valedor, y ante el avance imparable del ejército americano de sur a norte comprendió que ya no sólo su carrera sino también su propia vida dependían de la capacidad que mostrara para labrarse unas buenas relaciones con los a todas luces seguros vencedores. Fruto de las habilidades diplomáticas de su flamante esposa, Silvana Rossi, al parecer amante entre bambalinas de Allen Dulles, el relevante agente del O.S.S. (Office of Strategic Service) en Berna, acabaría desembarcando en la otra orilla del Atlántico al término de la contienda.

Sería precisamente en los Estados Unidos, su país de adopción, donde su carrera musical alcanzaría las mayores cimas merced al elevado virtuosismo mostrado en sus ejecuciones, ostentando con el correr de los años el puesto de director titular en varias de las más célebres orquestas filarmónicas y sinfónicas del país.

Persona de gran fama y fuerte carácter jamás estuvo en su ánimo alejar las controversias de su entorno, por siempre incapaz de mantener impasibles a cuantos entraban en tratos con él. Se cuenta que a la pregunta que le formuló cierto periodista acerca de los recelos despertados por su pasada relación con diversos jerarcas fascistas, tanto de la Alemania hitleriana como de la Italia fascista, su respuesta tajante se redujo a una sola frase: “Me odian, pero me admiran”.

Como muestra de la impetuosidad que imprimía a sus interpretaciones de las obras clásicas cabe destacar que en cierta ocasión, mientras conducía a la Filarmónica de Philadelphia, una de las denominadas “Big Five”, acabó acortando en seis minutos la obertura de Giuglelmo Tell. Las palabras de Fulvio Agramanti, su biógrafo, nos proporcionan una descripción nítida de aquel concierto:
“A resultas del acortamiento de la obertura la tormenta original se convirtió por obra de su acelerado brío en un Armageddon de truenos y lluvia, la calma subsiguiente en un gorjeo andante, y en cuanto a la llegada de los caballeros, qué podría añadirse acerca de ella que los críticos no hayan reseñado en sus columnas. La totalidad de los asistentes sintieron en sus butacas cómo les hacía temblar el entrechocar de los cascos de los caballos. Más de una dama y de dos acabó percibiendo con contrariedad cómo a su cuidado peinado lo alborotaba el hálito de fantasmales belfos. Incluso una embarazada acabó dando a luz prematuramente a causa de la agitación sufrida. En conclusión, ni el avance del Azote de Dios escoltado por los Jinetes del Apocalipsis se le asemejaría”.

Al respecto de esa hazaña muchos críticos hicieron patente su rechazo acuñando el término “Blitzkrieg Sound” en contraposición con el de “Philadelphia Sound”, la expresión con la que se hacía referencia al estilo desarrollado por su titular habitual durante varias décadas, Eugene Ormandy.

Tras su retiro a los setenta y un años acabaría reconduciendo su temperamento brioso hacia otro terreno más sereno. Sus últimos años transcurrirían rodeado por las orquídeas que cultivaba en los invernaderos erigidos junto a su casa del Valle de San Fernando.

Allí le sorprendería la muerte el pasado marzo, postrado en cama desde hacía varios años a causa de una larga enfermedad, en la compañía de su secretario personal y de un círculo de amigos íntimos; su amante esposa Silvana se le había adelantado en ese viaje diecinueve años antes.

Según declararon cuantos le rodeaban en el momento fatídico las últimas palabras que pronunció el nonagenario maestro fueron “molto furioso”. Contradictorio hasta el final ninguno de los que le trataron en vida se ha puesto aún de acuerdo acerca del significado exacto de esta orden. Dudan si con ella estaba resumiendo su existencia toda o si quizás, acorde con su forma de ser, daba las últimas indicaciones al coro de ángeles que le iban a dar la bienvenida.


Bosco fecit.

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