-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

domingo, 20 de febrero de 2011

ALLEGRO MOLTO VIVACE

“Logramos lo imposible en menos de un minuto”.
Uno de los lemas del Hotel Ritz de Madrid.



Antes de que la junta municipal prohibiera la organización de conciertos en los bares no había jueves en que no se celebraran actuaciones en directo, fundamentalmente de jazz. Por allí habían paseado el saxo de Armando Guerra, el ritmo de los latinos João Silva & Irmaos Blues Band, el estólido trompetista Piotr Gushin, con sus encallecidos labios a fuerza de apretarlos contra la boquilla, y tantos otros. En esos jueves Norberto se transformaba por intermediación de la música que fluía por el local en un melómano dotado con un sentimiento inigualable. E incluso se acentuaba aún más la ironía que ya de por sí le caracterizaba.

Recuerdo el sutil procedimiento con el que no dudaba en despachar a aquellos aficionados que venían derechos a él, desprendiendo voluptuosamente a su paso unos aires propios quienes se consideran a sí mismos como grandes entendidos, sin que fuera menester la participación de los demás para llegar a esa conclusión. Esa clase de personas que no dudaban en jactarse de poseer unos anchurosos conocimientos musicales, los mismos que las más de las veces sólo sabían de la existencia de Chopin o Duke Ellington gracias a los anuncios televisivos, o las más de las veces por haberlos tarareado versioneados en las melodías utilizadas para las llamadas en espera. A gentes así las masacraba, inmisericorde. A uno que rebasó especialmente el límite de su paciencia le recitó detalladamente el plantel completo de intérpretes que habían actuado en la edición del año ochenta y cinco del Festival de Jazz donostiarra. Aún no había dado por concluida la prolija enumeración y ya los únicos rastros que restaban de la presencia del soberbio lo constituían una consumición mediada y un arrugado billete dejado al desgaire a su lado.

Cuántas anécdotas podría narrarles con aquellas veladas como marco. Por ejemplo, aquel glorioso día en que iba a actuar Javier Frade, el pianista, arropado por su cuarteto. Debido a un error sólo achacable a la incompetencia del personal adscrito a la facturación del aeropuerto su piano acabó recalando en El Prat. La mala suerte se confabuló en cumplimiento del correlato a la Ley de Murphy, para que una vez transcurridas largas horas de gestiones, en un principio infructuosas, no acabaran por localizar el exacto paradero del extraviado instrumento hasta que ya se hizo demasiado tarde, restando tan solo menos de un par para que diera comienzo el concierto.

Ante la imposibilidad físico-temporal de que piano y pianista se encontraran simultáneamente sobre el escenario a la hora prevista, hecho que por sí solo, como será fácil entender para cuantos hayan acudido a un recital, hacía imposible su celebración, Norberto se hizo a la idea de la necesidad de suspenderlo. Una decisión que resultaba no poco dura, mas inevitable dadas las circunstancias. A lo sucedido pecho y a aguardar a que el reencuentro se produjera en una próxima ocasión, personal aeroportuario mediante.

Mas cuando ya se daba todo por perdido, llegado el momento de confeccionar las disculpas acordes para explicar la suspensión, cuando lo negro se tiñe de más oscuro si cabe, entró en escena la H.A.G., la Hermandad de Amigos del Gino´s. Con una celeridad tan propia de estos tiempos en que nos ha tocado vivir se empezaron a cruzar emilios y esemeses, se hicieron llamadas telefónicas, varias de ellas transoceánicas, se establecieron conversaciones de tú a tú a pie de calle, se radiaron escuetas comunicaciones entre radioaficionados y se lanzaron bisbiseos dictados a telefonillos a lo largo y ancho de la ciudad.

Aquello era un código rojo, un apuro aparentemente irresoluble, un problemón a gran escala, un marrón de marca mayor que obligaba a desdeñar las medidas tibias, pero desde luego no era cuestión de dejarse acobardar por su entidad y ni mucho menos de dejar en entredicho a Norberto, y ni desde luego al buen nombre del local. Gracias a las gestiones iniciadas con extrema rapidez no tardaron en obtener ciertos frutos. Por de pronto se localizó un auténtico y genuino Bösendorfer allí mismo, en la propia ciudad. Nada de un Steinway cualquiera, el Gino´s se merecía el “Rolls Royce de los pianos”[1] y mucho más.

En lo que constituyó un despliegue logístico propio de los "marines" su dueño puso gratuitamente a disposición del local el fabuloso piano. Una vez obtenido lo posible la H.A.G. no tardó en lograr lo imposible: para su transporte se dispuso de una cuadrilla de mozos de cuerda con los emolumentos pagos y asimismo una escolta de la policía local por cortesía del consistorio que prestó sus servicios con la finalidad de facilitar así el traslado a través del caótico tráfico.

Ni el propio Frade, como buen agnóstico de natural poco inclinado a creer en milagros, logró dar crédito a lo que surgió ante sus ojos cuando Norberto apartó con gesto reverente la funda que cubría el bulto que destacaba sobre el improvisado escenario. Por unos segundos sintió como si el vaso de Jack Daniel´s con el que pretendía aliviar el desagrado en que se había sumido hubiera contenido realmente néctar celestial. “Me habré muerto y penetrado en el cielo de Lizst, Brahms, Dvorak y Bernstein”. Nunca en toda su carrera de jazzman se había atrevido ni tan siquiera a soñar con la posibilidad de acercarse ni un tantito a un piano como aquel.

Sin embargo aún faltaba una sorpresa más. Y es que debido al ajetreado transporte el instrumento precisaba que una mano experta lo afinara convenientemente. Para cumplir con este cometido se personó presuroso un afinador oficial de la casa Bösendorfer quien se encontraba disfrutando de unos días de veraneo en la región. Lo hizo sólo catorce minutos antes del inicio del evento, vistiendo aún el pijama bajo la bata. No había podido ponerse algo más decente puesto que había sido literalmente sacado de la cama a toda prisa y llevado a gran velocidad en una furgoneta de reparto, cuyos neumáticos chirriaban al trazar las curvas recorriendo la escala musical completa, para acabar siendo depositado a tiempo a los pies de aquella maravilla.

Nunca el jazz volvió a escucharse en el Gino´s con una sonoridad tan pura; ciertamente aquella noche el listón había sido puesto demasiado alto.
Bosco fecit.

[1]Frase pronunciada por el pianista Garrick Ohlsson en el año 1972 durante una entrevista para The New York Times en vísperas de un concierto.

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