-Por ahí dijo el Gato, señalando con su pata derecha vive un Sombrerero; y en esa otra dirección -y señaló con la otra pata- vive una Liebre Mercera. da igual al que visites... ¡Los dos están igual de locos!
-Pero si yo no quiero estar entre locos... -comentó la niña.
-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo -le dijo el Gato!-: aquí están todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.
-¿Y cómo sabes que estoy loca? -preguntó Alicia.
-Tienes que estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no estarías aquí.
"Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll.

lunes, 4 de octubre de 2010

CANCERBEROS SUELTOS POR LA BOMBONERA


A Andrés, quien pese a su afición al balompié es alguien con cuya amistad merece la pena contar.



“Hay quien dice que el fútbol es cuestión de vida o muerte. No. Es mucho más importante que eso”.
“Veintidós extranjeros con pantalones raros”, Peter Davies.
Se trata de un comentario pronunciado por un entrenador inglés y que se cita en el libro.


Sopa. Platos y más platos repletos de sopa. Sopa por toneladas. Sopa por doquier. Sopa a raudales. Sólo sopa.
Ese era el único pensamiento que ocupaba por entero la mente de Federico Briones. Por una peregrina relación de ideas se había reactivado una conexión sináptica largamente olvidada. Era éste un recuerdo que había desembarcado desde su infancia bonaerense. Sin lugar a dudas se trataba del plato que más odiaba. Precisamente el que su madre le obligaba a tomar, cucharada a cucharada, casi de continuo.
¿Por qué rememoraba ahora aquellas comidas con la sopa como eje central? Muy posiblemente Freud había dejado escrito algo al respecto, pero ese dato sí que no lograba recordarlo. Lo único que se le venía a la cabeza era un plato de sopa, húmeda y caliente, pringosa. Quizás se tratara de un mecanismo mediante el cual su psique pretendía borrar la situación en la que se encontraba inmerso. Allí de pie, vistiendo pantalón corto y camiseta, nada de traje, calzado con botas de fútbol, pisoteando lo que sólo alguien lo suficiente optimista o lo suficiente ciego calificaría como césped. ¿Por qué motivo se había visto abocado a disfrazarse cual mamarracho para corretear detrás de una pelota de cuero, a todo lo largo de una superficie de barro seco a la que sólo prestaban una nota de color los hierbajos nacidos aquí y allá? La respuesta a esto no se encontraba escrita en el viento, era mucho más terrenal.
Cuando un amigo de Norberto, por nombre Serafín, dueño de un bar próximo al Gino´s, retó a su colega de negocio a un partido amistoso que se jugaría entre las respectivas clientelas el primero no dudó en aceptar el envite. A no dudar que sería una buena manera de dirimir deportivamente de una vez por todas la sana rivalidad existente entre ambos.
Al sonido de los tambores de guerra no tardaron en sumarse a la empresa Pepe, Canales, Esteban, Genaro e incluso Dragó. El aceptar la participación del último causó más de una discusión pero tras asegurar el voluntario que mantendría la boca cerrada durante la totalidad del encuentro terminaron por aceptarle, aunque a regañadientes. No uno ni tan sólo dos imaginaban a aquel individuo corriendo por las bandas al tiempo que chutaba a derecha e izquierda unos comentarios propios de un Valdano.
Sí, todos voluntarios. Bueno, no todos, Federico no, lo suyo habría que calificarlo, por mor de la precisión, como más bien una cuestión de fuerza mayor. A él nunca en su vida le había atraído ni lo más mínimo el arte del balompié, y mucho menos las manifestaciones propias de los carnavales. Pero hete aquí que por una simple casualidad alguno de los integrantes del equipo de ensueño reparó en su condición de argentino. Y no sólo eso sino que cometió el error de mencionarla en voz alta. Al momento las cabezas de los presentes se giraron hacia el psiquiatra, quien hasta entonces había permanecido acodado en la barra, disfrutando de su Cutty Sark. Con eso bastó para que le ficharan sin dudarlo. Empujados por una muestra de un acelerado proceso inductivo le supusieron poseedor de las condiciones propias de un Batistuta, un Artime o, por qué no, incluso un Kempes. Él provenía de la tierra del River Plate y del Boca Juniors, de aquel continente en que habían visto la luz Sócrates, Pelé y Romario. A no dudar que el fútbol había de circular por sus venas codo con codo junto a su sangre.
Menudo embolado, uno de primera división. A ver quién les explicaba a aquellos exaltados, enardecidos por tan súbito descubrimiento, que en lo que a él se refería acerca de aquello del balompié nada de nada, que no poseía ni la más mínima idea. Si lo más cerca que se había encontrado de un esférico durante su existencia había sido cuando en un recreo había recibido un pelotazo en plena cara que a poco casi le tuerce la nariz. Mas ellos erre que erre. La modestia le empujaba, se decían, a minusvalorar las capacidades que debía poseer como regateador nato y artillero de oro. Confundían chinelas con chilenas y obviaban así el dicho de zapatero a tus zapatos.
Dragó, aún no sujeto contractualmente a la promesa formulada de mantener su boca cerrada, hasta llegó a hacer mención a un tal Alfio Basile, caballero que en lo que al bueno de Federico se refería ni le sonaba de lejos, quien, por lo visto, en calidad de entrenador había conducido a Argentina a conquistar la Copa América en un par de ocasiones. Su precisión adicional de que tamaña hazaña la había hecho en los años noventa y uno, en Chile, y noventa y tres en Ecuador ya nadie la oyó, pues ya obnubilados como se encontraban ante la idea de contar entre sus filas con un arma secreta de semejante calibre se sentían virtuales ganadores del encuentro. Si ni tan siquiera haría falta celebrarlo, tan seguros estaban de la victoria.
Nada puede hacerse cuando la fiebre acomete a la gente, y él, Briones, como estudioso y practicante del arte hermético de desentrañar el raciocinio humano, no tuvo más remedio que limitarse a asumir con resignación la suerte que le habían otorgado. Mas con una actitud no exenta de elegancia, manifestada al tragarse el resto del whisky sin derramar una sola gota sobre su corbata de seda. Ahí en esencia radicaba la razón de que estuviera allí plantado con aquellas trazas, bajo un sol cayendo de pleno sobre aquel secarral.
Porque hacía muchísimo calor aquella tarde. Aunque no el suficiente como para impedir que varias docenas de curiosos se hubieran reunido fuera de los límites del campo, dispuestos a asistir a un enfrentamiento decisivo, una revisitación a lo tan manido del panem et circenses romano. No era baladí la cuestión de dirimir diferencias con un balón de por medio.
Entre el grupo de espectadores se hallaba doña Enriqueta, dispuesta a animar al Gino´s como la que más, aunque consciente de sus aptitudes vocales se ayudara para tal menester mediante la presión de su dedo pulgar sobre la espita de una bocina de gas. A su lado se sentaba una mujer de rostro hosco, el pelo recogido en un moño sujeto con tal número de horquillas que lo hacía asemejarse a un alfiletero, como si no hubiera encontrado una forma mejor para no perderlos. A las preguntas que algunos se hacían acerca de su identidad sólo cabía una respuesta no menos dotada de laconismo que el objeto de su inquietud: la mujer de Pepe.
-Conozco a Pepe desde hace unos veinte años largos y ni imaginaba que estuviera casado -comentó Norberto.
A no dudar que se encontraba no poco sorprendido ante la evidencia de que su mejor cliente poseyera una vida marital que le hubiera permanecido hurtada hasta ese instante, justo antes de enfundarse los guantes y situarse bajo los palos como todo buen portero que se precie de su condición de cancerbero.
-Él mismo lo olvida habitualmente -fue la respuesta que le dieron.
Y dio comienzo el disputado partido. No fue preciso esperar mucho tiempo antes de que los compañeros de Briones comprobaran con gran dolor que las dotes balompédicas del susodicho astro argentino se encontraban muy ocultas, de tan ocultas se las podía hasta considerar como inexistentes. El muy carcamal apenas se movía de su posición inicial. Había establecido su zona de operaciones en un enclave situado en una de las esquina del área y sólo se desplazaba desde allí lo justo como para permitirle esquivar el balón si éste por una desgracia tenía a bien pasar demasiado cerca. Si se hubiera tratado de un partido de balón prisionero esta habilidad sería digna de aprobación, e incluso yendo aún más allá, suficiente como para que la hinchada arrojara vítores. Mas para su desgracia en el ejercicio del arte balompédico lógicamente nadie la apreciaba en lo más mínimo.
Bajo el larguero Norberto se desesperaba al constatar cómo el buen doctor sería una eminencia en la práctica de su profesión pero que como pichichi de ultramar no valía ni un duro. Cómo se desgañitaba el cancerbero dando órdenes a diestro y siniestro a sus escuadras. Había que verle allí, bajo el sol abrasador, entre los tres palos, lanzando imprecaciones más propias de un sargento chusquero arengando a los reclutas de un reemplazo recién llegado al cuartel que de un mariscal en el campo de batalla. Sobre todo cuando más se enardecía, y en paralelo arreciaban los epítetos rozando lo políticamente soez, era al presenciar el galope tendido de todo su equipo subiendo al unísono hacia el área contraria, en un movimiento de marea al que hasta los defensas se unían, incapaces de sustraerse a la tendencia, dejándole como consecuencia solo, aunque bueno, no completamente solo pues allí, casi a su vera, se encontraba la excepción a la regla, la presencia del fiel Federico, quien mantenía con entereza no exenta de caballerosidad su posición inicial, por completo ajeno al espíritu atacante que invadía al resto de sus compañeros de camiseta.
Transcurría el encuentro sin mayores jugadas dignas de mención cuando en estas que mediado el partido uno del equipo contrario, gallego él, sabedor de que el flanco guardado por Federico era el más débil, inició un correteo embellecido con vigorosos regates por sus proximidades. Ya estaba a un par de pasos del inofensivo psiquiatra, trazando un carril que le dejara en línea recta a la portería, su objetivo, cuando Norberto, preso de la más profunda desesperación, alcanzó a ladrar a dos voces:
-¡¡Federico, coño, no me te hagas el subversivo!!
No se supo muy bien lo que pasó entonces por la mente del doctor, sopa aparte; quizás ni a un William James con toda su experiencia le sería dable desentrañar las motivaciones exactas; el caso fue que tras la imprecación del chigrero, y coincidiendo en tiempo y espacio con el pasar ante sus narices del delantero contrario, no sólo estiró la pierna, gesto cuya anterior inmovilidad no presagiaba, sino que quizás empujado por un afán preciosista y deseoso de otorgarle, ya puestos a ello, un final lo más artístico posible lo coronó con un movimiento de guadaña que de una tacada segó tierra, balón y tobillo del hasta entonces feliz contrario y de súbito devenido, contra su voluntad, en infortunado recipendiario de tamaña patada que le obligó a detener de súbito su avance terrestre, y que tuvo como primera consecuencia el que éste diera con sus huesos contra el suelo, no sin efectuar previamente un breve vuelo sin motor ni tren de aterrizaje. Tras la acción descrita que en nada casaba con la apacibilidad que había venido caracterizando su intervención hasta entonces Briones retornó a su primitiva pose.
Culminado dolorosamente su aterrizaje en plancha el gallego se levantó raudo del suelo, cual acróbata al término de una filigrana volátil, aún tan preso por la sorpresa que ignorante del dolor que sin duda le había provocado la entrada se quedó mirando de hito en hito al que hasta unos segundos antes suponía una estatua erigida por ordenanza municipal. No bien había recobrado la verticalidad y ya alguno de sus compañeros cual manada de lobos se había empezado a acercar con gesto amenazador que presagiaba una tragedia más claramente que unos turbios nubarrones la inminente tormenta. Mas los ánimos de vengar la afrenta causada a su igual, y no precisamente limitándose a torcerle la nariz, fueron detenidos por el brazo levantado del delantero. Justo cuando Norberto había principiado a albergar el temor a perder a uno de sus mejores clientes, y en la flor de la vida. Y mientras el jugador contrario lograba contener los instintos homicidas mostrados por sus compañeros, todavía fijos los ojos en el pétreo Federico, le soltó con un fuerte acento gallego:
- Eu respetando,... siempre respetando.
Y por extraño que resulte el juego prosiguió su desarrollo sin mayores consecuencias, para bien de la integridad física del argentino. Añadiré que también sin otros incidentes que referir si es que exceptúo el subsiguiente penalty, castigo máximo provocado por su actitud, cuyo disparo hizo que el cuero acabara por masticar la red defendida por Norberto.


No me acuerdo de cómo concluyó el partido. Creo recordar que ganaron los otros. Lo que no se me borró de la memoria y que sí saqué en claro es que lo del fútbol posee misterios y liturgias que permanecen ocultas para los no iniciados. Sólo ésto explica que a su término la clientela del Gino´s, con Norberto a la cabeza, sin olvidar a la inestimable ayuda de Serafín y sus chicos, terminaran por arrojar al cercano río al pobre de Briones, en una muestra de hermanamiento entre rivales nada desdeñable por constituir en sí una muestra de espíritu deportivo.
Respecto al argentino sólo una cosa seguía ocupando su mente durante el remojado tránsito, la misma que lo había venido haciendo durante la totalidad del encuentro: sopa, mucha sopa, húmeda y pringosa, en grandes calderadas.


Bosco fecit.

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