Hundidas las patas hasta los mismos corvejones en las frías aguas del río el caballo dejó escapar un relincho prolongado. Leguas y leguas de caminos marchando a buen paso habían quedado atrás.
Qué temblor fruto de la felicidad o acaso del instinto. Qué instante para recordar.
Y pensar que a este respecto cuanto quedaría cincelado en el Gran Libro serían aquellas tres palabras pronunciadas por el jinete: `alea iacta est´.
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